Ese día, del año 1947 se promulgó la Ley 13.010, conocida como de Voto Femenino, que reconoció el derecho de todas las mujeres a votar y a ser elegidas. Ese derecho, se materializó cuatro años más tarde, el 11 de noviembre de 1951, cuando las mujeres participamos de las elecciones por primera vez.
Debemos recordar que, en aquella época las mujeres sólo tenían partida de nacimiento y ninguna otra identificación. Fuimos, hasta la sanción de la Ley, las excluidas de la actividad parlamentaria y de los partidos políticos. En este contexto, marcado por una indudable desigualdad y luego de un largo proceso, se forjó la legítima aspiración de conquistar la participación de las mujeres en el ámbito público y político. Alicia Moreau, una de las referentes con voz en esa época, creía en el voto de la mujer “como un medio para progresar y lograr el bienestar social”.
Las elecciones de 1951 fueron un momento histórico, y marcaron un punto de inflexión. Las mujeres dejamos de ser el género invisible, solo visibilizadas en las tareas hogareñas y de cuidado y, portando la libreta cívica, concurrimos a las urnas. El voto del 90% del padrón femenino, demuestra a las claras la intensidad del sentir de las mujeres en lograr materializar su participación, de pasar a ser vistas, escuchadas, de poder opinar.
El resultado fue contundente. Según se consigna en sitios oficiales, “para esas elecciones en el padrón figuraban 8.623.646 de electores, entre ellos, 4.222.467 mujeres. De ese total, el 90,32% se hizo presente en las urnas y más de la mitad votó al peronismo. El resto de las electoras, 1.375.096, lo hicieron por otras fuerzas políticas, que en total sumaban ocho candidaturas”. En esas elecciones, fueron electas 109 mujeres entre senadoras, diputadas nacionales y diputadas provinciales.
La democracia se fortaleció a partir de integrar a la otra mitad del género a la expresión de su libre voluntad. Fue un logro, si. Pero seguía siendo aspiracional.
A lo largo de estos años, se han dado innumerables luchas; algunas altisonantes, otras silenciosas, pero todas fundamentales en pos de una igualdad que trascienda la letra y lo simbólico. Una igualdad real, material y, sobre todas las cosas, la necesaria acción que equivalga a internalizar que la igualdad de género MEJORA LA CALIDAD DE VIDA de las sociedades.
Estamos en un momento crucial para acelerar el desarrollo sostenible, así lo reconocen la ONU y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Y ello se concretará en la medida que entendamos que el empoderamiento de niñas y mujeres es multiplicador, provoca el mejoramiento económico e impulsa el desarrollo.
Cierto es que estamos en un tiempo distinto, con abundante normativa de género, con movimientos vivos de lucha permanente. Pero no menos cierto es que todavía tenemos pendientes, y dependerá de nosotras la concreción de lo que falta.
El empoderamiento adquiere relevancia en la medida en que se traduzca en acción concreta, en propuestas y, en definitiva, en participación continua. Esa lucha nos comprende a todos, mujeres, hombres, niños, niñas. La igualdad de género es un derecho humano.
Hoy conmemoramos las luchas y las conquistas de derechos, pero debemos aspirar a llegar a ese tiempo en el que eso sea solo historia escrita en libros y, definitivamente y para siempre, la igualdad sea una realidad incorporada a nuestras sociedades.